dimecres, 1 d’abril del 2009

Helen

Día a día, siempre la misma historia...
Como un juego de niños al que nunca se cansaban de jugar. ¿De verdad eran felices así?¿No se cansaban?
¡Ella ya no podia más! Pero tan solo trece meses y podría marcharse de aquel asqueroso lugar al que llamaban hogar...
Helen era una chica de dieciséis años, la pequeña de dos hermanas.
Vivía al este de Suiza en una familia acomodada, corría el año setenta y cinco.

Por un momento, los gritos provenientes de la sala de abajo parecía que habían cesado, pero nuevamente se equivocó cuando volvió a oír las voces furiosas de sus padres enzarzándose en una de sus famosas pelas. Ella pensaba, y se preguntaba si en algún momento se plantearían que ella estaba allí. No entendía a los adultos, o mejor dicho, a sus padres, y sabía perfectamente que nunca lo haría.

Era la fiesta de celebración de la ascensión de su padre, los invitados llegarían dentro de media hora y todos tendríamos que ponernos nuestras máscaras de familia feliz. ¡Cuánta hipocresía!

Así fue, ya habían llegado todos, incluida su hermana con su marido, la hija perfecta, la que era buena estudiante y tenía un buen marido. Lo que nucna llegaría a ser ni a conseguir ella, según decía su madre; si seguía con aquellos aires de rebelde.

Entre comentarios del tipo: <<¡Oh!¡Cuánto ha crecido!>>,<> decidió escapar de aquella sala repleta de hipocresía, falsedad e interés. No soportaba a los amigos de sus padres, así que se encerró en el despacho de su padre. Y en aquel momento vio la botella de whisky caro y se sirvió una copa.

Al notar aquel líquido quemándole ligeramente la garganta sintió que le tranquilizaba y que quizás sí que había alguien capaz de entenderle: el Señor Alcohol.